Como seres humanos, entendemos que poseemos una serie de características que nos diferencian del resto de especies animales que pueblan el planeta. Una de ellas es el pensamiento matemático, que nos ha llevado hasta donde estamos y gracias al cual puedes leer esto (una computadora básicamente es una máquina que no deja de hacer cálculos).

Pero las matemáticas derivan del sentido numérico, algo que no es exclusivamente nuestro y que puede encontrarse a lo largo de toda la naturaleza. Se trata de una serie de habilidades que nos permiten, entre otras cosas, entender cantidades y compararlas o comprender conceptos como más y menos o mayor y menor.

Un número reciente de la revista Philosophical Transactions, de la Royal Society B, ha dedicado un monográfico a este sentido numérico. Editado por Brian Butterworth, neurocientífico cognitivo del University College de Londres, C. Randy Gallistel de la Universidad Rutgers y Giorgio Vallortigara de la Universidad de Trento, en él se expone un gran número de ejemplos de los increíbles hallazgos que se han hecho en otras especies respecto a esta materia.

No somos el único animal que sabe contar

animal-contar

Uno de los ejemplos más llamativos es el de las ranas túngara macho de América Central, que compiten entre ellas añadiendo chasquidos al canto que emplean para llamar la atención de las hembras. Estas prestan atención a la competencia y se terminan apareando con el que emita mayor cantidad de chasquidos. Tanto los machos como las hembras deben llevar la cuenta de chasquidos, los unos para superar a los rivales y las otras para encontrar al elegido.

En este caso, se ha conseguido identificar que tras este sofisticado sentido numérico hay unas células especializadas que se encuentran en el mesencéfalo anfibio. Son ellas las que llevan la cuenta de las señales sonoras. Según explicó Gary Rose, biólogo de la Universidad de Utah, «Las neuronas están contando el número de pulsos emitidos a un tiempo apropiado y son altamente selectivas. Si el tiempo entre los pulsos se descuadra por solo una fracción de segundo, las neuronas no se disparan y el proceso de conteo se interrumpe. Igual que en la comunicación humana, en la que un comentario inadecuado puede dar fin a toda una conversación».

Por otra parte, se sabe que las arañas tejedoras llevan un conteo de cuantas presas tienen envueltas en el lugar de su telaraña donde las almacenan. Algo similar pasa con los peces pequeños, que viven en bancos porque formar parte de un grupo numeroso incrementa sus probabilidades de escapar de sus depredadores. Esto hace que puedan evaluar de manera excelente los recuentos relativos.

Algunas especies son mejores que otras en este sentido. Esto se sabe midiendo algo denominado relación de contraste. Para entenderlo mejor, veámoslo con un ejemplo. En el caso de las olominas, estas tienen una relación de contraste de 0,8. Esto quiere decir que, de un vistazo, pueden distinguir entre un grupo formado por entre 4 y 5 olominas y otro de entre 8 y 10. Así, si pueden, se unirán al grupo de peces más grande.

Más impresionante es el caso del pez espinoso, cuya relación de contraste de 0,86 le hace capaz de distinguir grupos de entre 6 y 7 peces o entre 18 y 21. Esta capacidad de discriminación significa que posee un poder comparativo que muchas aves, mamíferos y hasta humanos no podrían superar con facilidad.

Un chimpancé tiene mejor memoria numérica que nosotros

chimpance-memoria-numerica

Pero el más sensacional en este aspecto es el chimpancé. Este animal puede asociar grupos de de objetos con números arábigos (los símbolos que usamos en occidente para representar los números) llegando hasta el 9 e incluso superándolo. Por ejemplo, si ve tres cuadrados en la pantalla de una computadora, puede asociarlos con el símbolo «3». Si ve cinco, asociarlos con el «5», y así. Y no solo eso, sino que es capaz de ponerlos en orden.

Esto ya llama la atención por sí mismo, pero los chimpances cuentan con una memoria numérica sorprendente, incluso superior a la del ser humano. Si se le muestra a un chimpancé joven una distribución aleatoria de números en una pantalla durante la mitad de un parpadeo (concretamente, 210 milisegundos) y a continuación se cubren los números con cuadros blancos, irá tocando de manera secuencial cada uno de ellos para indicar el orden ascendente de los números. Según Tetsuro Matsuzawa, primatólogo de la Universidad de Kioto, no vale la pena de que un humano intente hacerlo porque sencillamente no puede.

Pero, ¿por qué no podemos? Pues porque, en su momento, decidimos no hacerlo en favor de poder hacer otras cosas.

Al parecer, la propiedad cerebral que en algún momento dedicamos a la memoria numérica terminó pasando a ser empleada para otros propósitos, como a juzgar si una oración compleja es verdadera o falsa. En el New York Times ponen como ejemplo una que es bastante complicada: «No hay un campo vectorial tangente continuo que no desaparezca en las esferas dimensionales pares». A ese tipo de complejidad nos referimos.

Partiendo del sentido numérico arcaico que compartimos con otros animales, hemos conseguido llegar hasta el pensamiento matemático avanzado. Como dijimos al principio, eso nos ha traído donde estamos. Pero no conviene olvidar nuestros orígenes y recordar que es un rasgo que compartimos con prácticamente todas las especies animales del mundo. Y que algunas, en ese terreno, sencillamente nos superan.