Ninguna generalización es buena, pero lo cierto es que a juzgar por el comportamiento de algunos inversionistas, en más de una ocasión pareciera que lo que manda en bolsa es la percepción, la imagen, más que los resultados financieros. Que se lo digan si no a Microsoft, que parece haberse convertido en el chico más «cool» del barrio tecnológico en Wall Street.

Ya lo hemos comentado por aquí antes: Microsoft ya no es la misma compañía que era antes. La salida de Steve Ballmer marcó un nuevo punto de partida para la compañía, un nuevo rumbo que ha sido aclamado por la crítica especializada y que, a su vez, ha sido premiado por los inversionistas: las acciones de la empresa casi se han duplicado desde aquellos inicios de 2014 en los que Ballmer renunció.

Como señalan en Bloomberg, las personas que compran hoy acciones de Microsoft lo hacen con un precio que coloca a los de Redmond con una valoración en torno a 21 veces las ganancias estimadas de la compañía para el próximo año (con ajustes en los que se incluyen la contabilidad de su efectivo y deuda). Y esto es una valoración muy alta. Mayor que la de Alphabet (ya sabes, Google), cuya valoración se sitúa alrededor de 18,5 veces sus ganancias.

Pero aquí hay un problema. O al menos, un problema relativo. Y es que, en base a lo que cuenta la columnista Shira Ovide en Bloomberg Businessweek, los inversionistas están premiando en realidad algo que es poco más que humo. Un humo que, sí, apunta a que proviene de un fuego real. Pero por el momento, humo al fin y al cabo.

En finanzas, las cosas no han cambiado mucho

Ya vimos que, a pesar de las buenas críticas recibidas por su línea Surface, los ingresos de esta división cayeron un 2% durante el último año y la primera Surface provocó pérdidas de 900 millones de dólares. Hubo también pérdidas en la adquisición de Nokia y en el sector de videojuegos, la Xbox One es superada en ventas por la PlayStation 4 (habrá que ver qué ocurre cuando salga la Xbox One X).

En el tema de la nube, Microsoft parece estar haciéndolo bien. No hace mucho comentábamos que, en base a las proyecciones de la empresa, este año alcanzarían ingresos de 18.900 millones de dólares. En Bloomberg afinan un poco más y hablan de 15.200 millones de ingresos calculando a partir de las ventas del primer trimestre del año.

Sin embargo, aunque es un paso adelante en dirección a la promesa de Nadella de los 20 mil millones de dólares de ingresos, Ovide señala que esa cantidad en realidad no es mucho, apenas el 15% de los ingresos totales. Y eso dejando al margen el hecho de que lo que las compañías deciden contar como ingresos provenientes de la nube es algo «borroso», por lo que las cifras podrían no ser tan reales como se afirman.

En resumen: para Ovide, financieramente, la nueva Microsoft no ha cambiado tanto respecto a la anterior.

Premiar está bien, pero no hay que pasarse

Entonces, ¿qué están premiando los inversionistas? Pues lo que decíamos antes: el cambio de rumbo. La transformación. Una transformación que, por otra parte, es tan necesaria como real, pero que, a juzgar por las palabras de la columnista, estaría siendo valorada en exceso.

Microsoft no es ninguna jovencita: ya tiene 42 años de existencia y eso es algo que pesa en una compañía de tecnología, sobre todo en una como esta. Con Ballmer, especialmente al final de su época, los nuevos tiempos pillaron a la empresa con el pie cambiado.  

Nadie pensaba que desde Redmond iban a poder reinventarse, y precisamente eso es lo que se está premiando: la agradable sorpresa que ha representado equivocarse en ese tema. Y fue acertado hacerlo. La confianza le vino bien a la empresa. Pero ahora, los inversionistas deberían empezar a reducir su nivel de emoción y fijarse en si la transformación, por muy espectacular que haya sido, es permanente o, por el contrario, se trata tan solo de un espejismo.

Más allá de la imagen «cool» que está adquiriendo, Microsoft todavía tiene que demostrar que está en el camino del crecimiento, dice Ovide. Solo entonces, el entusiasmo de los inversionistas estará justificado. Hasta entonces, habrá que mirar con cierto recelo todo lo que se está haciendo. Al menos, desde el punto de vista contable.