Estar conectados todo el día tiene sin duda sus ventajas, pero también sus desventajas. Y no me refiero a las distracciones continuas a las que nos someten las notificaciones, sino a que estar disponibles en cualquier momento nos hace susceptibles de que nuestra jornada laboral se extienda más allá de las horas de trabajo habituales.

En Francia, han decidido poner freno a esta práctica que se ha ido extendiendo gracias a la popularidad de los teléfonos inteligentes y que ha llevado a muchas empresas a demandar de sus empleados una atención constante, sin importar si ya no se encuentran en su puesto y su jornada ha finalizado.

A partir del 1 de enero, las empresas francesas están obligadas a garantizar a su personal el «derecho a desconectar» de la tecnología. Las organizaciones con más de 50 trabajadores deberán realizar negociaciones para definir los derechos de los empleados a ignorar sus teléfonos y así reducir la intrusión del trabajo en sus vidas privadas. En el caso de no llegar a un acuerdo, la empresa deberá publicar una carta en la que se expliciten tanto las demandas como los derechos de los empleados fuera de horas de trabajo.

Esta medida fue elaborada por la ministra de trabajo Myriam El Khomri, a partir de un informe presentado en septiembre de 2015 encargado por ella en el que se advertía sobre el impacto que tiene en la salud la «info-obesidad» que afecta a muchos lugares de trabajo.

La medida venía siendo demandada por los sindicatos franceses desde hace bastante tiempo. Y aunque su inclusión puede verse como un éxito, lo cierto es que no termina de estar clara la aplicación de este «derecho a desconectarse» debido a que la ley no contempla ninguna sanción para las empresas que no lo definan.

Una nueva realidad

Al uso excesivo de dispositivos digitales fuera de horas de trabajo se le ha responsibilizado de muchos prejuicios: desde desgaste y falta de sueño hasta ser la causa de problemas en las relaciones personales de los trabajadores. El periódico francés Libération, en un editorial donde elogiaba la medida, añadió otro fenómeno que parece darse con demasiada frecuencia: que el nivel de compromiso de los empleados con la empresa sea juzgado en base a su disponibilidad, lo cual añade un factor adicional de estrés a las actividades regulares.

Según un estudio publicado por el grupo francés de investigación Eleas en el octubre anterior, más de un tercio de los trabajadores del país galo usan todos los días sus dispositivos para trabajar fuera de horas y un 60% estaba a favor de regular esta actividad para clarificar sus derechos.

La cultura del «siempre conectado» tiene sus vertientes positivas y negativas. Respecto a las últimas, no podemos dudar que una de ellas es el incremento de la carga de trabajo durante periodos fuera del horario laboral que, además, no son remunerados, de manera que las empresas disponen de empleados que a todos los efectos están trabajando horas extras que no son computadas. Sin embargo, esta cultura también brinda al empleado una flexibilidad y autonomía que, gestionada adecuadamente por parte del trabajador como reconocida por parte de la empresa, puede permitirle mejorar su calidad de vida.

Según Anna Cox, experta de la University of College London (UCL) en computación y equilibrio entre vida y trabajo, las empresas deben tomar en cuenta las demandas de su personal en lo referente a protección y flexibilidad: «Algunas personas quieren trabajar durante dos horas cada noche pero también quieren ser capaces de desconectar entre las 3 y 5 de la tarde, que es cuando recogen a sus hijos y preparan la cena». Otro ejemplo que puso fue el de aquellos que prefieren aprovechar sus desplazamientos diarios en transporte público para adelantar trabajo antes de llegar a la oficina.

Todo esto implica un cambio de mentalidad tanto por parte de la empresa como por parte del trabajador. Y es que, como señala Cox, gracias a la tecnología el mundo está cambiando muy rápidamente. Cada vez es más común trabajar de forma remota y tener compañeros de trabajo que están en diferentes zonas horarias y la coordinación exige sacrificios por parte de todos.

En un entorno tan cambiante como el que vivimos, es necesario encontrar un balance entre las necesidades de todos los involucrados en el mundo laboral, los derechos con que todos cuentan y las obligaciones que deben cumplir. La ley francesa se ha quedado en un punto justo como para no pecar de muy proteccionista, como la ven algunos. Sirve para incentivar lo que debe producirse: un diálogo entre las partes que permita reparar situaciones injustas y dar los primeros pasos de cara a una nueva situación laboral distinta de la del siglo pasado pero que no tardará en convertirse en nuestra cotidianidad.