Como es obvio, cuando pensamos en los conflictos armados, nuestra principal preocupación son las víctimas y daños que se causa al entorno. Sin embargo, rara vez consideramos los efectos secundarios que pueden causar al medio ambiente las guerras más allá de los que son más visibles. Estamos hablando de, por ejemplo, los restos de material de combate que se quedan en el terreno. Y ahora, concretamente de la munición.

Y no solamente en los territorios en conflicto, sino también en terreno de entrenamiento. Por ejemplo, en instalaciones del ejército de Estados Unidos por todo el mundo se gastan cientos de miles de proyectiles. Y sus casquillos se dejan tirados por ahí debido a que no hay una manera eficiente de recogerlos. Esto representa un problema medioambiental debido a que dichos casquillos contienen metal y productos químicos que al oxidarse puede contaminar el suelo y las aguas subterráneas.

Si tenemos esto en cuenta, se entiende mejor que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos esté solicitando ofertas de «balas» biodegradables que estarían «cargadas con semillas especializadas para cultivar plantas ecológicamente beneficiosas que eliminen los desechos y los contaminantes de las municiones». El material con el que se harían estas balas podría ser, por ejemplo, el mismo plástico biodegradable con el que se hacen botellas de agua y otros recipientes.

Lo que se solicita es solamente eso, el proyectil en cuestión, ya que el Laboratorio de Investigación e Ingeniería de las Regiones Frías del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos (que vaya nombrecito tan largo que tiene) ya desarrolló y probó semillas que pueden incrustarse en un compuesto biodegradable. Estas semillas germinarían tras haber estado en el suelo varios meses y las plantas que crecerían a partir de ellas podrían ayudar a eliminar los contaminantes del suelo o alimentar a la fauna local.

De lo que estamos hablando aquí no es de una propuesta que quizá algún día llegue a concretarse, sino de un plan que se ha orquestado de cara a materializarse. Las ofertas se pueden hacer llegar hasta el 8 de febrero y, a partir de ese momento, se entrará en un proceso que está dividido en tres fases. En la primera de ellas, el contratista elegido deberá de encargarse de fabricar un suministro de prueba que constará de proyectiles de 40 mm y 120 mm. Hay que considerar que referirse a estos como «balas» es más bien un eufemismo, pues los primeros son prácticamente granadas y los segundos se emplean en tanques.

En la segunda fase, se elaborarán los prototipos adecuados partiendo de las pruebas, lo cual permitirá afinar los medios para fabricar el producto final, que será el que vendrá en la tercera fase, cuando también se iniciará la transición a estos proyectiles desde los convencionales en las instalaciones de entrenamiento del ejército.

Tal y como podemos deducir, en un principio estas «balas» se utilizarán precisamente ahí, en los campos de entrenamiento, y es muy posible que en un principio no se empleen en situaciones de conflicto real. Pero si bien a nadie nos gusta que estos conflictos se den, si llegasen a emplearse sobre terreno real, por lo menos se eliminaría una consecuencia secundaria que no por ello deja de ser perniciosa.