La biometría es una disciplina que se ha puesto de moda en los últimos años. Como se explica desde la Wikipedia, la biometría informática «es la aplicación de técnicas matemáticas y estadísticas sobre los rasgos físicos o de conducta de un individuo, para su autentificación, es decir, «verificar» su identidad».

La raza humana lleva usando biometría desde hace siglos. De hecho, hasta nuestra firma se podría considerar como un parámetro biométrico que, al mismo tiempo, es una de las formas menos seguras de identificación personal. Sin embargo, tal y como la entendemos a día de hoy, la biometría se empezó a usar en occidente a finales del siglo XIX, aunque ya era utilizada en China desde el siglo XIV, según estimaciones.

La biometría informática desembarcó en nuestras manos (literalmente) a través de los celulares. La incorporación del sensor de huellas dactilares al iPhone hizo mucho por la aplicación de esta tecnología, pues antes la gente en general se sentía incómoda usándola. Ahora, está comúnmente aceptada y el debate ha pasado a otro nivel: no se trata de usarla o no, sino si es bueno o malo que la estemos usando.

Durante mucho tiempo, la huella dactilar ha sido el cimiento de la identificación forense. Pero entonces los gigantes de la tecnología la sacaron de los laboratorios y la llevaron a nuestros bolsillos. Esto ha tenido consecuencias en muchos sentidos, y una de ellas ha sido de carácter humanitario.

Identificación humanitaria

huella-dactilar

El desarrollo de sensores dactilares ha permitido que la tecnología se abarate lo suficiente como para facilitar la creación de sistemas de identificación que pueden aplicarse en lugares donde antes resultaba imposible.

Uno de los casos más destacados es el de la organización humanitaria Cohesu, que está trabajando con la compañía biométrica de Reino Unido Simprints, que elabora lectores de huellas para organizaciones similares en todo el mundo.

Según la cofundadora de Simprints, Alexandra Grigore, «Hay 1,1 mil millones de personas en todo el mundo que no tienen ninguna forma de identificación oficial como un pasaporte, certificado de nacimiento; ya sabes, algún tipo de documento gubernamental. Esto les hace invisibles a ojos del mundo».

Sin embargo, gracias a las herramientas biométricas, estas personas pueden ser identificadas ahora, lo que les permite también tener acceso a servicios básicos y sistemas de salud que anteriormente les estaban vedados, entre otras cosas. Como vemos las consecuencia del avance tecnológico en muchas ocasiones es mayor de lo que nos podemos imaginar y va más allá de nuestra experiencia diaria.

Más allá de la cara y los dedos

corazón

El reconocimiento facial se ha convertido en la última moda biométrica para identificarnos. En la actualidad, lo que se busca es su refinamiento para hacerlo más efectivo y barato de implementar, de manera que su aplicación se pueda extender con más velocidad.

Pero, al mismo tiempo, la investigación biométrica continua y se está tratando de averiguar qué otros sistemas funcionan cuáles no. Porque, al fin y al cabo, lo que se busca es convertir una parte del cuerpo humano (o su medición) en código. Y puestos a medir, hay muchas cosas en nuestro cuerpo que pueden ser medidas y que son únicas a cada persona.

Como explica John Daugman, profesor de la universidad de Cambridge, «Cualquier cosa que puedas medir de una persona probablemente ya ha sido propuesta como una tecnología biométrica potencial, como golpear la cabeza de alguien y escuchar las resonancias acústicas en su cráneo o el olor corporal. Es una lista bastante ridícula, la verdad». Daugman sabe de qué habla: al fin y al cabo, es el inventor de la identificación por iris.

Pero más allá de los experimentos extravagantes, van apareciendo nuevas «firmas», nuevos datos medibles y registrables que, gracias al desarrollo tanto de hardware como de software, ahora sí es posible usarlos.

Un ejemplo de esto son los latidos de nuestro corazón. El hecho de que cada persona tiene unos latidos ligeramente diferentes de los de otros es algo ampliamente conocido en el mundo de la medicina. Solo es ahora, cuando podemos hacer cálculos extremadamente rápido y en gran volumen, es que hemos podido aplicar esta información al mundo de la electrónica de consumo.

En Reino Unido, la empresa B-secur, creada por Alan Foreman, está trabajando en tecnología que nos permita usar los latidos de nuestro corazón para desbloquear y encender autos, un método que sin duda cambiaría por completo como nos relacionamos con nuestros vehículos.

Desarrollos de este tipo van perfilando un futuro en el que la identificación y, por lo tanto, la seguridad, no serán determinadas por algo que tengamos (un objeto como una llave o una tarjeta, o un dato que retengamos en la memoria), sino por lo que somos y cómo somos.

El mundo que nos espera

futuro

Estamos tan solo al principio de lo que podríamos considerar como la revolución biométrica. Considerando los pasos que llevamos dados, se puede afirmar que en el futuro no necesitaremos ningún aditamento especial para identificarnos. De hecho, ni siquiera necesitaremos de acciones especiales: bastará con la presencia de nuestro propio cuerpo.

De esta forma, con estar presentes bastará para hacer cosas como pagar una compra (más o menos como en la tienda de Amazon) o que nos ofrezcan un menú a la hora de comer que contenga las opciones más adecuadas de acuerdo a nuestro estado de salud.

Así, nos olvidaremos de cosas como las tarjetas de crédito físicas, las cédulas de identificación o incluso de las llaves del coche, pues bastará con poner la mano sobre el cristal de la ventanilla para abrirlo e incluso arrancarlo.

Sí, suena a ciencia ficción. Y hoy por hoy lo es, pues todavía falta mucho para eso. Pero se trata de cosas reales que están en las hojas de ruta de los investigadores. Pero otra cosa está también en esas hojas de ruta: los peligros.

La biometría es considerada como el siguiente paso en seguridad para protegernos en un mundo digital. Pero igual que una contraseña puede ser hackeada, también pueden serlo nuestros cuerpos. Al fin y al cabo, los datos biométricos no dejan de ser eso, datos; por lo tanto, son unos y ceros que pueden hackearse.  Esta posibilidad plantea otro futuro diferente.

Que los datos biométricos vayan a parar a la nube es algo preocupante para algunos expertos, y lo es porque eso significa que existe la posibilidad de que sean hackleados. Además, si no es usada de manera responsable y cuidadosa, esta tecnología puede ser usada para arrebatar derechos que la gente consiguió alcanzar tras cientos de años de lucha.

Por lo tanto, son varios los factores que hay que tomar en cuenta. No se trata solo de meros aspectos técnicos, sino que hay que considerar también cuestiones éticas si no queremos que nuestro mundo termine convirtiéndose en un entorno donde esté controlado al milímetro no solo lo que hacemos, sino también lo que somos en el sentido más literal de la palabra.

Sea como sea el futuro, está claro que la biometría jugará un importante papel en él. Hoy en día, está cambiando vidas a mejor. Esperemos que esta situación se mantenga durante mucho tiempo y que la evolución que tenga conserve ese sentido positivo, neutralizando en la medida de lo posible los aspectos negativos que vayan haciendo aparición.