A estas alturas del partido, todavía hay personas que están convencidas de que la Tierra es plana y que los poderes políticos y económicos nos mantienen engañados. Sí, personas como el rapero B.o.B., que quiere lanzar su propio satélite para comprobar «de una vez por todas» si nuestro planeta es redondo o no.
Para hacerlo, inició un crowdfunding y así reunir un millón de dólares para lanzar ese satélite. Un dinero que, si lo consigue reunir, será malgastado, la verdad, porque hay formas de comprobar que la Tierra es redonda sin necesidad de tomar fotos desde el espacio. Veamos 7 de ellas.
Ir a un puerto
Tan sencillo como ir a un puerto y observar a un barco que navega hacia el horizonte. No es solo que el barco se irá haciendo más pequeño hasta que deje de ser visible, sino que podremos apreciar que parece que se fuese hundiendo bajo el horizonte. Y si están yendo hacia el puerto, el efecto es inverso: parece que surge de él.
Esta observación es tan evidente que el primer texto moderno de la Tierra Plana, la «Zetetic Astronomy» de 1881, dedica un capítulo completo a «desacreditarla», diciendo que la desaparición secuencial de los barcos es simplemente una ilusión provocada por la perspectiva. Sin embargo, esta desacreditación no tiene mucho sentido, ya que no hay ninguna razón por la que la perspectiva (que sólo dice que las cosas se «hacen» más pequeñas en distancias más largas) debería hacer que la parte inferior de un objeto desaparezca antes de la parte superior. Si deseas probarte a ti mismo que la perspectiva no provoca ninguna ilusión, cuando vayas al puerto lleva un telescopio o unos binoculares. Incluso con el aumento, el barco seguirá «sumergiéndose» por debajo de la curva de la Tierra.
Subir a un árbol
Eso es algo que casi salta a la vista: si subimos más alto, podemos ver más lejos. Si la Tierra fuese plana, podrías alcanzar a ver la misma distancia sin importar tu elevación. Piensa en ello: tu ojo puede detectar un objeto brillante, como la galaxia Andrómeda, a 2,6 millones de años luz de distancia. Ver las luces de, por ejemplo, Miami desde Nueva York (una distancia de tan sólo de 1,760 kilómetros) en una noche despejada debería ser un juego de niños. Pero no lo es. Esto se debe a que la curvatura de la Tierra limita nuestra visión a unos 5 kilómetros, a menos que te subas a un árbol, a un edificio o a una montaña y consigas una perspectiva desde lo más alto.
Mirar las estrellas
Desde que el filósofo griego Aristóteles descubrió este hecho en 350 a. C., nada ha cambiado: distintas constelaciones son visibles desde diferentes latitudes. Los dos ejemplos más llamativos son el Carro y la Cruz del Sur. El Carro, un conjunto de siete estrellas que parece un cucharón, es siempre visible en latitudes de 41 grados al norte o más. Por debajo de 25 grados al sur, no se puede ver. Y en el norte de Australia, justo al norte de esa latitud, el Carro apenas se ve sobre el horizonte.
Mientras tanto, en el hemisferio sur, está la Cruz del Sur, un conjunto de cuatro estrellas. Esta constelación no es visible hasta que se llega, en el Hemisferio Norte, a los Cayos de Florida.
Estas diferentes visiones estelares tienen sentido si uno imagina la Tierra como un globo terráqueo, de modo que mirar «hacia arriba» realmente significa mirar hacia una franja diferente de espacio del hemisferio sur o del hemisferio norte.
Ver un eclipse
Aristóteles reforzó su creencia en una Tierra redonda con la observación de que, durante los eclipses lunares, la sombra de la Tierra en la cara del sol es curva. Ya que esta forma curva existe durante todos los eclipses lunares, a pesar de que la Tierra gira, Aristóteles intuyó correctamente a partir de esto que la Tierra es una esfera.
Por otra parte, los eclipses solares también tienden a reforzar la idea de que los planetas, las lunas y las estrellas son objetos redondos que orbitan entre sí. Si la Tierra es un disco y las estrellas y planetas son un puñado de pequeños objetos cercanos flotando en una cúpula sobre la superficie, como muchos terraplanistas creen, el eclipse solar total que atravesó América del Norte en agosto de 2017 se vuelve muy difícil de explicar.
Comparar sombras
El matemático griego Eratóstenes (nacido en 276 a. C.) fue la primera persona en estimar la circunferencia de la Tierra. Lo hizo comparando las sombras en el día del solsticio de verano en lo que hoy es Asuán, Egipto, con la ciudad más septentrional de Alejandría. Al mediodía, cuando el sol estaba directamente arriba en Asuán, no había sombras. En Alejandría, un palo colocado en el suelo proyectaba una sombra. Eratóstenes se dio cuenta de que si conocía el ángulo de la sombra y la distancia entre las ciudades, podía calcular la circunferencia del globo.
En una Tierra plana, no habría habido ninguna diferencia entre la longitud de las sombras. La posición del sol sería la misma con respecto al suelo. Sólo un planeta con forma de globo explica por qué la posición del sol es diferente en dos ciudades a unos cientos de kilómetros de distancia.
Usar un globo meteorológico
En enero de 2017, los estudiantes de la Universidad de Leicester ataron algunas cámaras a un globo y lo enviaron hacia el cielo. El globo se elevó 23,6 kilómetros, muy por encima del nivel necesario para ver las curvas del planeta. El instrumento a bordo del globo envió un material impresionante que muestra la curva del horizonte.
Viajar en un vuelo alrededor del mundo
Esto saldría más barato que el millón de dólares que pide B.o.B., pero sí costaría algunos algunos miles de dólares. Cualquiera puede circunnavegar el globo hoy en día; hay incluso agencias de viajes, como AirTreks, que se especializan en rutas alrededor del mundo.
Si viajas en un vuelo comercial lo suficientemente alto, tal vez seas capaz de distinguir la curvatura de la Tierra a simple vista. Según un artículo publicado en 2008 en la revista Applied Optics, la curva de la Tierra se vuelve sutilmente visible a una altitud de alrededor de 35.000 pies (algo más de 10 kilómetros), siempre y cuando el observador tenga al menos un campo de visión de 60 grados (lo que puede ser difícil desde una ventana de un avión de pasajeros). La curvatura se aprecia más fácilmente por encima de 50.000 pies (unos 15 kilómetros de altura), algo que consiguieron ver algunos de los pasajeros del Concorde cuando este estaba en funcionamiento.