El concepto de «ciudades inteligentes» o «smart cities», del cual ya hemos hablado alguna vez, se está regando por todo el mundo a una velocidad increíble. Municipios de todo el mundo buscan aplicarlo con diferentes fórmulas y diferentes niveles, pero sobre todo quieren integrarlo para mejorar la vida de sus habitantes.

Como ya vimos, este concepto es más complejo de lo que en un principio puede pensarse, pero lo que está claro es que la tecnología juega un papel vital dentro de él. A veces, adscribirse al mismo se realiza por un simple «estar a la moda» sin valorar adecuadamente los esfuerzos que serán necesarios realizar y, por increíble que parezca, sin ser conscientes de los beneficios que esto puede acarrear.

En un artículo publicado en readwrite, John Horn explicó cuáles son los dichos beneficios y los traemos a continuación para contribuir al conocimiento y divulgación de la noción de «ciudad inteligente». Horn forma parte de Ingenus, una empresa enfocada en el área del «Internet de las cosas». Anteriormente, fue presidente de RacoWireless, un proveedor de soluciones de conectividad machine-2-machine (entre máquinas, o abreviado M2M).

En su texto, Horn comienza poniendo el siguiente ejemplo de la experiencia que sería vivir en una ciudad inteligente:

Supongamos que queremos ir a un concierto. Primero usamos un asistente de voz tipo Siri para comprar las entradas. Luego, nuestro vehículo autónomo nos lleva al lugar donde se celebrará. Mientras circula por la carretera, las farolas se encienden a nuestro paso para luego apagarse después. Drones de propiedad municipal circulan por el cielo para detectar lugares donde haya atascos de tráfico, de manera que puedan comunicárselo a nuestro auto y que este pueda modificar su ruta en el caso de que aparezcan problemas. Y al llegar al lugar del concierto, un módulo automatizado situado en el estacionamiento le indica al auto donde está la plaza libre para parquear más cercana.

Suena a ciencia ficción, como muchas de las cosas que vemos por aquí, pero hoy en día es factible. Representa un desafío técnico, desde luego, porque hay muchos detalles que deben afinarse: que las farolas detecten la presencia de nuestro auto, que los drones identifiquen los atascos, que el estacionamiento pueda rastrean cuáles lugares están ocupados y cuáles no… Pero factible, lo es.

Para conseguir que algo así se haga realidad, Horn explica que resulta imprescindible que el eje central de todo sea la coordinación entre los diferentes departamentos municipales, algo que no ocurre con demasiada frecuencia. Esto ocasiona no solamente un desperdicio de recursos sino que dificulta que los líderes de la ciudad puedan capitalizar la tecnología y sacar partido a todo lo que puede brindar el «Internet de las cosas».

 

Los beneficios de una infraestructura inteligente

Horn menciona tres beneficios concretos que el uso de una infraestructura inteligente aportan a una ciudad.

Primero tenemos la sostenibilidad. Usar la tecnología del «Internet de las cosas» permite optimizar el uso de recursos como el agua, el combustible, energía y hasta residuos. Por ejemplo, la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, instaló focos LED en sus farolas y redujo el gasto de energía en un 60 por ciento. La ciudad holandesa de Eindhoven fue aún más lejos e instaló farolas parecidas a las descritas en el ejemplo de antes: se encienden y se apagan dependiendo de qué tan transitada esté la calle.

Algo que no debemos olvidar de la sostenibilidad es que, además de ser una manera de conservar el medio ambiente (ya que eso es en lo que se piensa en primer lugar), en la mayoría de los casos también permite ahorrar mucho dinero. En el caso de los focos de Los Ángeles, su instalación significó un ahorro de 8 millones de dólares anuales. Por otro lado, Barcelona (España) consiguió ahorrar más de 75 millones de euros en 2014 mediante el uso de infraestructuras inteligentes en varios sectores, como el agua o la iluminación entre otros.

En segundo lugar tenemos el fortalecimiento de la comunidad, algo que se logra al evidenciar el compromiso de mejora que tiene la ciudad con sus habitantes al implementar tecnologías que les van a facilitar enormemente la vida a todos. Gracias a ello, es más probable que se construyan comunidades fuertes, bien informadas y saludables.

Un ejemplo de esto se da también en Barcelona, donde, al crear una red de autobuses autónomos y ofrecer WiFi gratuito en toda la ciudad, el municipio animó a sus residentes a conducir menos, caminar más y salir y explorar aquello que les rodea. Como resultado, los niveles de contaminación han disminuido, al igual que las tasas de obesidad. Y, por supuesto, los residentes se sienten comprometidos con la ciudad en que viven.

En Estados Unidos, Atlantic City está adoptando la tecnología inteligente mediante la instalación de farolas LED que cuentan con estaciones de carga y pantallas que mantienen a los ciudadanos informados de las noticias y de posibles anuncios de emergencia.

Y por último, tenemos que el uso de infraestructuras inteligentes beneficia el crecimiento de cualquier ciudad, lo cual redunda en que las mejoras sigan siendo incrementales. ¿Quién no querría vivir y trabajar en una ciudad con gran calidad del aire, bajos costos de servicios públicos, transporte público confiable y WiFi gratuito? Y a más gente, más actividad económica y más ingresos para el municipio.

En particular, si las empresas acuden a ciudades que cuidan de su infraestructura inteligente es porque esto también reduce sus costos de operación. Un estudio predice que la comunidad empresarial mundial gastará más de 18 mil millones de dólares en la incorporación de tecnología inteligente en edificios en 2017, una cantidad que supera con creces los 5.500 millones de dólares que gastó en 2012.

Los ahorros de energía en edificios inteligentes hacen que el gasto valga la pena porque en realidad se trata de una inversión. Los costes se cubren gracias al ahorro que se genera en un año o dos. Por ejemplo, las ventanas inteligentes pueden ahorrar hasta un 26% en enfriamiento y un 67% en costes de iluminación.

 

Apostar por una ciudad inteligente es una apuesta por un futuro mejor

Reconozcámoslo: cuando muchos pensamos acerca del concepto de «ciudad inteligente» tan solo pensamos en los beneficios directos que nos puede traer como habitantes de una. Pensamos en términos de comodidad. Y sí, no lo neguemos, esos son los beneficios más directos que nos dan a los ciudadanos.

Sin embargo, los beneficios indirectos o menos evidentes son aquellos que de verdad  hacen necesario que los municipios desarrollen planes adecuados y sostenibles en el tiempo para poder implementar infraestructuras inteligentes en sus territorios. Aunque cambien las administraciones, el camino hacia la ciudad inteligente debe seguirse de manera independiente, como una apuesta de futuro que terminará redundando a favor de todos los actores involucrados.